“Sísifo, hijo de Eolo y rey de
Corinto, fiado en su astucia, quiso engañar a los dioses. Por ello sirvió como
ejemplo con su castigo eterno y absurdo en el Hades. Junto con Tántalo, que en
vano intenta una y otra vez alcanzar las frutas del árbol y el agua del río que
tiene al lado para saciar su hambre y sed, y con Ixión, que gira por los aires
clavado en una rueda de fuego, es uno de los tres famosos condenados a una
eterna fatiga infernal. Sísifo repite durante días, años, siglos, su incesante
y vano esfuerzo, como castigo a su impío empeño. Levanta en sus manos una
enorme roca y la sube por la empinada cuesta hasta la cima del monte y, cuando
ya está a punto de alcanzar la cumbre, la piedra resbala de sus manos y rueda
hasta el fondo de la abrupta pendiente. Y Sísifo vuelve a recogerla para
emprender de nuevo la subida.
Castigo merecido. Sísifo se servía de su gran astucia para engañar a
otros, y llegó a taspasar las barreras más inviolables. Cuentan que fundó
Efira, la ciudad que luego se llamará Corinto, en el itsmo de tal nombre. Allí
saqueaba y engañaba a los viajeros. Dicen que allí sedujo a Anticlea, que iba a
casarse con Laertes, y fue así, según la maledicencia, el padre verdadero de
Ulises, que heredó su astucia. Pero ése es un dato menor de sus andanzas.
Más grave fue que, cuando Zeus raptó a la ninfa Egina, hija del río
Asopo, él denunció al divino raptor al padre río, a cambio de una fuente para
su ciudad. Zeus, enfurecido, envió a Thánatos, la Muerte, en su busca. Pero con
sus engaños, el hábil Sísifo logró apresar a la Muerte en su casa. Este apresamiento
de Thánatos produjo un terrible desequilibrio en el mundo, ya que nadie moría,
y para remediar la catástrofe Zeus tuvo que intervenir otra vez.
Al sentir próxima su muerte, el taimado Sísifo encargó a su mujer que
diera honras fúnebres a su cadáver y conservara su cuerpo insepulto. Luego, su
alma en el Hades se quejó a la diosa Perséfone y pidió cruzar de nuevo el
Aqueronte para castigar a su esposa y preparar un funeral decente. Prometió
regresar en seguida. Pero una vez en su palacio de nuevo, se metió en su cuerpo
y renegó de su promesa. Los dioses de los muertos enviaron a por él y, sin
reparos, le impusieron luego el ejemplar castigo de subir la roca hasta una
cima. Sin pausa Sísifo se empeña en su infinito trabajo.
Su figura es todo un símbolo del esfuerzo inútil y reiterado. Es la
imagen del anhelo eterno del hombre por ascender hacia un alto objetivo que,
apenas alcanza y roza, se esfuma. Nietzsche relacionó, en una ingeniosa
etimología, el nombre de Sísifo con el de sophós,
el “sabio”. Albert Camus, en su libro El
mito de Sísifo, vio en el reiterado escalador un símbolo de la condición
humana, del intelectual que se pregunta una y otra vez por el sentido de la
existencia, sin lograr encontrar una respuesta que no le resbale al final de
sus manos.”
Carlos García Gual, Diccionario de mitos,
Barcelona, Planeta, 1997, pp. 314-315.
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