No es una belleza
concreta la que pueda excitar mi amor:
existen cien razones para estar yo siempre enamorado.
Si una bajó sus ojos ruborosos a tierra,
me abraso y ese pudor es para mí una emboscada;
si otra es provocativa, cautivo quedo porque no es sosa
y me da esperanzas de menearse bien en mullido lecho.
Si pareces huraña y émula de las sabinas puritanas,
pienso que quieres, pero que en el fondo estás disimulando;
si eres culta, me agradas dotada de esas extraordinarias
cualidades; si inexperta, me agradas por tu sencillez.
Está la que dice que los versos de Calímaco son rústicos al lado
de los míos: a la que agrado, al instante ésa me agrada;
está también la que me critica a mí, poeta, y mis versos:
desearía tener debajo los muslos de la detractora.
Camina delicadamente: cautiva con su meneo; otra es dura:
pero podrá ser más delicada al contacto con un hombre.
A ésta porque canta dulcemente y modula con gran soltura
la voz, quisiera darle besos robados mientras canta;
ésta recorre las quejumbrosas cuerdas con el hábil pulgar:
¿quién no se enamoraría de manos tan sabias?
Aquélla agrada con sus gestos, mueve rítmicamente los brazos
y contonea su delicada cintura con sensual destreza:
por no hablar de mí, a quien cualquier cosa altera,
¡pon allí a Hipólito y será Príapo!
Tú, porque eres tan alta, igualas a las antiguas heroínas
y puedes ocupar tendida toda la cama;
otra es manejable por su pequeñez; las dos me pierden:
la grande y la chica se avienen a mis deseos.
No está arreglada: me imagino lo que ganaría arreglándose;
está acicalada: ella misma exhibe sus propios encantos.
La mujer blanca me cautivará, me cautivará la rubia:
también es agradable Venus en el color oscuro.
Si cuelgan oscuros cabellos de un cuello de nieve…,
Leda era el centro de las miradas por su negra cabellera;
si amarillean…, agradó Aurora por su cabello azafranado:
mi amor se acomoda a todas las leyendas.
La joven me atrae, me seduce la madura:
Aquélla es superior por su físico, ésta es la que sale.
existen cien razones para estar yo siempre enamorado.
Si una bajó sus ojos ruborosos a tierra,
me abraso y ese pudor es para mí una emboscada;
si otra es provocativa, cautivo quedo porque no es sosa
y me da esperanzas de menearse bien en mullido lecho.
Si pareces huraña y émula de las sabinas puritanas,
pienso que quieres, pero que en el fondo estás disimulando;
si eres culta, me agradas dotada de esas extraordinarias
cualidades; si inexperta, me agradas por tu sencillez.
Está la que dice que los versos de Calímaco son rústicos al lado
de los míos: a la que agrado, al instante ésa me agrada;
está también la que me critica a mí, poeta, y mis versos:
desearía tener debajo los muslos de la detractora.
Camina delicadamente: cautiva con su meneo; otra es dura:
pero podrá ser más delicada al contacto con un hombre.
A ésta porque canta dulcemente y modula con gran soltura
la voz, quisiera darle besos robados mientras canta;
ésta recorre las quejumbrosas cuerdas con el hábil pulgar:
¿quién no se enamoraría de manos tan sabias?
Aquélla agrada con sus gestos, mueve rítmicamente los brazos
y contonea su delicada cintura con sensual destreza:
por no hablar de mí, a quien cualquier cosa altera,
¡pon allí a Hipólito y será Príapo!
Tú, porque eres tan alta, igualas a las antiguas heroínas
y puedes ocupar tendida toda la cama;
otra es manejable por su pequeñez; las dos me pierden:
la grande y la chica se avienen a mis deseos.
No está arreglada: me imagino lo que ganaría arreglándose;
está acicalada: ella misma exhibe sus propios encantos.
La mujer blanca me cautivará, me cautivará la rubia:
también es agradable Venus en el color oscuro.
Si cuelgan oscuros cabellos de un cuello de nieve…,
Leda era el centro de las miradas por su negra cabellera;
si amarillean…, agradó Aurora por su cabello azafranado:
mi amor se acomoda a todas las leyendas.
La joven me atrae, me seduce la madura:
Aquélla es superior por su físico, ésta es la que sale.
En fin, a las jóvenes
que cualquier aprueba por toda Roma,
de todas ellas mi amor es candidato.
de todas ellas mi amor es candidato.
Ovidio, Amores, II, 4, trad. Antonio Ramírez de
Verger, Madrid, Alianza Editorial.